La Teoría de las Tres Capas


No sé si alguna vez os habéis preguntado de qué se compone una persona. Sí, no me refiero a la composición química, el agua, los citoplasmas y esas mierdas, claro está. En una de esas fugaces ráfagas de pensamientos que pasan por mi cabeza, a veces, en los momentos más inesperados, pero casi siempre en el mismo lugar, llegan ciertas ideas que merecen la pena en mi opinión retener.

En este caso, haciendo un repaso somero sobre lo que es una persona, entendida como el ser social y a la vez asocial que somos, creo que, jugando a ser simplistas, podríamos pasar el escáner a una persona, como regla general encontrando tres capas en ella, en lo que respecta a la configuración de su personalidad, en tanto a su forma de ser consigo mismo y el resto del mundo.

En primer lugar, como capa más visible y superficial, en lo que llamaríamos la punta del iceberg de la personalidad, encontraríamos la capa más o menos formada por los convencionalismos sociales, en la que las frases de cortesía, los temas tópicos y estereotipados e incluso los temas tabú, así como aquello que nos sirve para acercarnos a los demás por defecto, causando una impresión de normalidad y familiaridad, como por ejemplo una sonrisa, constituirían esta primera capa de la persona.

En segundo lugar, yendo más a fondo, pero sin tocar el suelo de la persona, podemos encontrar aquellas raíces más profundas de la persona desde las que esas plantas antes mencionadas en el primer punto salen a la superficie, en que se encuentran las motivaciones y pulsiones personales internas, pero sobre todo y especialmente, las emociones, aquello que por mucho que queramos negar, hasta las personas más calculadoras y racionales (excluyendo psicópatas y patologías por el estilo) están imbuidas, siendo nuestra parte más animal, la cadena más original, que mantiene encadenado lo que fuimos al inicio de los tiempos y lo que somos hoy; las cuales son sin duda, nuestro talón de Aquiles a la vez que aquello que nos permite disfrutar y sufrir tan profundamente de las cosas de la vida como seres vivos, en definitiva, lo que nos hace imperfectos en un sentido y nos hace perfectos en otro.

Y por último, el sustrato, la tierra que nos cubre como persona y conforma el molde de todo lo descrito antes, está constituido por la compleja multiplicación genética que es resultado de todos los entrecruzamientos reproductivos de nuestra larga estirpe familiar, compuesta por cientos de miles, quizás millones de personas, que son tan ajenos a nosotros, tan extraños y a la par tan unidos a nuestro modo de ser y que a veces se refleja en nuestra superficie, sin ser conscientes. Tal vez os hayáis planteado alguna vez o tal vez no, pero muchas de esas personas frías e indiferentes con las que os cruzáis por la calle cada mañana, urañas, felices o tristes sin causa, tiene que ver con vosotros mucho más de lo que os podáis imaginar en un principio, pues estáis tan cerca, tan conectados y a la vez tan distantes, y eso sin duda, es uno de los matices clave que en mi opinión configuran la sociedad sin alma unívoca en que vivimos hoy, y que, tal como estamos siendo testigos, determinará, más pronto que tarde, su desintegración prácticamente total.

Con ello podemos ver que la Humanidad se dedica a caminar el mismo sendero sociohistórico desandado, que vuelve a realizar una y otra vez, a veces por los mismos trayectos y rutas, y otras veces por nuevos espacios, pero siempre con idéntico final.

Autodestruirse degradándose lentamente desde nuestra perspectiva humana, rápidamente para la perspectiva universal, es nuestra misión, y así volver a nacer, teóricamente con mejor configuración que en la anterior etapa, a menudo a golpe de Revolución. Y esta es una de las marcas indelebles que nos caracteriza por siempre, en este ya tratado paradigma de los geniales Heráclito Nietzsche el Eterno Retorno, clave de la esencia humana en que aquí le procuro fundamento.




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